La ciudad de ayer
Aunque en la actualidad, con el recién instaurado reglamento de ahorro de agua, hubiesen encerrado a todos los protagonistas de aquel incidente, la historia ocurrida en 1942 y que involucra a un supuesto cocodrilo solitario que nadaba en la desembocadura de la Tlaxpana, coincidió con un Sábado de Gloria.
Por los rumbos de San Cosme y Río Consulado, niños y adultos rodeaban la barda enrejada del estanque, algún parroquiano aseguraba haber visto entre las aguas, la inconfundible silueta de un cocodrilo. De inmediato familias enteras de las casas y edificios cercanos, llegaron al lugar y lo convirtieron en una auténtica romería.
¡Mira cómo se mueve, se prepara para atacar! ¡Nos está pelando el ojo! Comentaban algunos chiquillos que trataban de encontrar alguna forma inteligible en el desconcertante y largo bulto que flotaba en la lejanía de las sucias aguas. Algún periodista de gacetilla llegó hasta el lugar entusiasmado por tener la de ocho si resultaba cierto el rumor; o bien en una buena anécdota si todo terminaba en chiste colectivo.
Los cronistas de esos años, describieron después cómo uno de los susodichos guardianes del orden subió a la barda y cruzó al otro lado del estanque sosteniéndose de la barandilla. ¡Pásame una piedra! Gritó a su compañero gendarme dispuesto a develar el misterio del reptil de las cloacas. Tras dos intentos fallidos, el polizonte atinó hasta la cuarta vez; mas para sorpresa de todos, la piedra produjo un sonido hueco y rebotó en otra dirección. ¡Sonó como tu cabeza! Exclamó algún mirón. Todos soltaron la carcajada, mientras el compañero intentaba dispersar sin éxito a los presentes con los consabidos “ya pasó todo” y “síganla en sus casas”.
Mientras, el leño quemado, que tanta expectación causó, se acercaba cada vez a la orilla, haciéndose cada vez más visible. Fue entonces que uno de los adolescentes que hasta entonces había conservado el estilo se acordó que era Sábado de Gloria y animó a sus amigos a celebrarlo con forma y dignidad.
Los policías que se disponían a subir su unidad, fueron los primeros en ser bañados con agua de la Tlaxpana. Otros recolectaron prontamente alguna lata o trasto viejo del muladar vecino y bañaron democráticamente a la multitud.
Entre risas de parroquianos y pitillos de silbato por parte de la ley, más vecinos se sumaron a la “celebración”, en tanto algunos vehículos y peatones eran incluidos en la moja sin siquiera preguntarles. Al día siguiente en el espacio de un periódico capitalino podía leerse: “Comenzó como la fiesta del cocodrilo y degeneró en la fiesta de los changos mojados”.
Por cierto, ¿planearán las autoridades incluir en las medidas de ahorro de agua a los autolavados que existen en las diversas colonias? Según ingenieros de la UNAM gastan hasta 50 litros de agua por cada auto y el supuesto reciclaje del líquido se logra sólo al 15%, ¿cuál es el nombre y apellido del funcionario que otorgó los permisos para su instalación?
Señor Marcelo Ebrard, esperamos respuesta.
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